martes, 16 de diciembre de 2008

UN NEGOCIO RENTABLE

Chris Wilton

Entro en la habitación y lo veo, ahí, reposando en la cama, y casi siento lástima...Pero, ¿qué digo? Lástima... reposando... increíble.

-Señor Kerner. ¿Me oye? Es usted Alex Kerner. El pasado sábado sufrió usted un terrible accidente de coche: el asfalto estaba mojado y no pudo frenar. Le tuvimos que operar, pero la intervención se complico y ha estado usted en coma los cuatro últimos días. No sabíamos a quién avisar, pues no parece tener usted familia en la ciudad.
-Perdone... Doctor, ¿dónde estoy?
-En el hospital Saint Vincent, San Francisco. Dígame, ¿recuerda algo de antes del accidente?
-No. No recuerdo nada.
-No se preocupe. Descansará usted en el hospital hasta que esté recuperado físicamente. Cuando se recupere, una psicóloga asistente del hospital le acompañará a su casa y le cuidará hasta que recupere la memoria.
-Gracias Doctor.

Me separo de él e introduzco el refrigerante en el depósito de suero. Se duerme. Dormirá un par de semanas, supongo. Ya veremos qué sucede cuando se despierte.

Quizás haya sido demasiado frío, demasiado distante con él. Si fuese otro paciente temería que se diese cuenta de la situación, pero él... no. Él no. Tengo suerte, él pensará lo que nosotros queramos.


William Munny

No puedo permitir que me note nervioso... Es absurdo, él ya lo sabe todo. Aún así, no quiero que piense que me está haciendo un favor: para algo le pago.

Busco en mi escritorio su tarjeta, bajo el doble fondo de mi cajón, guardada a buen recaudo. Toda precaución es poca. Enciendo un cigarrillo para tranquilizarme y marco su número.

Descuelga al otro lado una voz femenina.

-Consulta del Doctor Chris Wilton, ¿qué desea?
-Me llamo... uhm... Daniel Gregg. Necesito hablar con el Señor Wilton. Es una urgencia.
-Ahora mismo le paso. Gracias por atender.

Maldito idiota. ¿Me coje el teléfono su secretaría? ¿Qué clase de discreción es esta? Espero que todo este asunto merezca la pena... Desde luego espero que preste más atención a su ejecución que la que parece tener por los secretos.

-Doctor Chris Wilton, ¿quién es?
-Soy Munny. ¿Por qué coge el teléfono tu secretaria? Esto es muy serio. Me estoy jugando toda mi vida. No, de hecho no me la estoy jugando. Me aseguraste que no se trataba de un juego, que era un negocio. Así que, ¡ponte las pilas!
-Oye... no me grites. Haberlo pensado antes de hacer el animal. ¿Sabes que edad tenía aquella niña? Tienes suerte de que no tenga escrúpulos ni conciencia... serías capaz de llegar a darme asco. ¿Qué te pasa?
-La policía vino hoy a mi oficina. Aquel testigo del que hablamos... al parecer me vio bastante bien... tienen un retrato robot, ¿sabes?

¡Mierda! Estoy nervioso.

-No te preocupes. El tema del físico ya está solucionado. ¿Cuándo empieza el juicio?
-Mi abogado ha intentado aplazarlo un par de días, pero empieza mañana.
-Vale. Estate tranquilo: mañana tendrá el alta y el jueves ya estarás libre de condena.
-Más te vale.
-Jajaja... De nada William.
-No te rías. No me tutees. No tengo nada que agradecerte, para algo te pago. Adiós.


Alex Kerner

Tres semanas en el hospital. ¿No es muy poco tiempo para recuperarme de un terrible accidente de coche? Por lo menos la psicóloga es guapa.

Me ha acompañado a mi casa, en Chinatown... pero no recuerdo haber estado nunca antes aquí: un bonito loft decorado con una ingente cantidad de pósteres de Andy Warhol y carteles de películas. Ni siquiera recuerdo haber visto Casino.

La psicóloga no se calla. Me ha sentado en el sofá y me pide que piense en mis padres, en cuando era niño.

-Lo siento, Señora Dekker, pero no recuerdo nada. Ni siquiera he sabido distinguir la llave del portal de la del piso.
-No te preocupes Alex. Y llámame Maggie. Toma esta pastilla. Es un fármaco experimental que se está probando en Francia con pacientes amnésicos.

El octógono blanco que me ofrece sabe a rayos. Sabe casi tan mal como esa asquerosa pasta grisácea del hospital. No recuerdo tampoco qué comida me gustaba antes del accidente.

-¿Francia?
-El Saint Vincent colabora en la investigación, así que nos aprovechamos de los posibles beneficios. Toma agua. Bien, ahora túmbate en el sofá y cierra los ojos. Quiero que digas, con voz alta y clara, todo lo que aparezca por tu mente.

Me estoy quedando en blanco. Estoy entrando en trance.


Maggie Dekker

-Ya lo he dejado en comisaría, Señor Wilton.
-Bien hecho Maggie. ¿Cómo fue el asunto?
-No lo sé... Fue algo muy extraño.
-Maggie, este es nuestro primer paciente. Es importante conocer todos los detalles. ¿Qué fue lo que paso?
-Bueno... tomó la pastilla y quedó paralizado. Sus ojos estaban en blanco. Me contó la historia tal y como debió suceder, como si estuviese viendo una película.
-Sabes tan bien como yo que estaba viendo una película.
-Y cuando volvió a sentarse... su cara era inexpresiva. No estaba asustado. Ni siquiera confundido. No recordaba nada de su vida, pero era consciente de que había cometido un crimen. No estaba aterrado. No soy capaz de imaginar qué pasaba por su cabeza.
-De eso nos encargamos nosotros personalmente. Sigue contándome.
-No se alteró cuando le dije que debía llevarlo a comisaría. Su cara no cambió cuando llegamos, y tampoco lo hizo mientras repetía la historia, palabra por palabra, al agente que le tomaba declaración.
-¿Palabra por palabra? Mal asunto... los agentes del KGB llegaron a demostrar científicamente que cuando alguien miente tiende a repetir su historia palabra por palabra.
-El comisario me dijo que ya sabían de qué caso se trataba. Me informó de que lo retendrían esta noche en el calabozo y que mañana pasaría a disposición judicial para declarar en el juicio. Quizás tenga que declarar yo también.
-Jugamos con ventaja. Eres una gran actriz. Muchas gracias Maggie.


William Munny

Jueves. Parece que Wilton va a resultar un tipo de fiar. Cumple sus plazos. Casi me quedo helado cuando el comisario se ha presentado en la sala diciendo que tenía a un hombre que había confesado.

Y el resultado es inmejorable: el parecido físico es asombroso, pero los rasgos determinantes están bien diferenciados. De noche, hasta yo mismo me confundiría con él.

Veamos que más puede ofrecerme. Veamos si merece la pena la millonada que he invertido.


Alex Kerner

Toda la sala me mira. Todos dirigen sus miradas de asco hacia el lugar en el que me siento a declarar.

-Señor Kerner, ¿le importaría contarnos qué sucedió en la noche del sábado, 23 de Junio de este año?
-Señoría, ¿no podrían los miembros del jurado leer mi declaración en la comisaría?

No me apetece contarlo de nuevo. No me siento mal. No me siento incómodo. Es simplemente que necesito otro octógono.

-Seguro que su versión oral nos ofrece una versión más esclarecedora de los hechos. No es algo negociable.
-De acuerdo, Señoría…

Maggie Dekker

-Señor Wilton, ya he salido del juicio.
-¿Cómo fue, Maggie?
-Declaró. De nuevo la misma película. Palabra por palabra.
-Habrá que arreglarlo.
-Me dio pena cuando se lo llevaban detenido.
-Maggie, no le pasará nada. Sabes que no le puede pasar nada.
-Lo sé, Señor Wilton. Pero es que su cara era tan fría... lo condenaron a cadena perpetua, ¿sabe? Ni se inmutó. Además, mientras salía de la sala me miró y me pidió otro octógono.
-Eso sí que es un problema. Está enganchado. Aunque ya lo habíamos previsto... y el mono no le durará mucho. No tendrá tiempo.
-Señor Wilson, yo... No estoy segura de si podré seguir.
-Tranquila, Maggie. Vuelve al hospital. Hablaremos con más tranquilidad.


William Munny

-Señorita, ¿podría decirle al Señor Wilton que William Munny está aquí?
-Pase, Señor Munny. El doctor le estaba esperando.
-Gracias.

Una secretaria muy mona. Qué lastima haberme enfadado con ella el otro día. Aunque creo que juega a mi favor el hecho de que todo es maravilloso cuando uno no está condenado a cadena perpetua.

Entro en el despacho y ahí está el gran hombre. Cierro la puerta. Aún no se han acabado los secretos.

-Cadena perpetua. Me libré. Muchas gracias, Chris.
-Jajaja. Creí que no podía tutearle... y que no tenía nada que agradecerme, Señor Munny.
-Eso era antes, Chris. Serás el padrino de mi próximo hijo, lo juro.
-Me halaga. ¿Qué donación piensa hacer?
-Lo acordado: 1,300,000 $.
-Ya... ¿pero con qué fin?
-Tú eres el doctor. ¿Qué me recomiendas?
-Alzheimer. Es un área en el que nadie hace preguntas sobre los fondos, porque hay fondos de sobra. Además, seguro que tiene usted algún pariente enfermo, ¿una lejana tía abuela quizás?
-Sí. Creo que mi bisabuela murió de Alzheimer. Me parece bien.
-Bien. Asunto resuelto. ¿Le interesa conocer nuestras instalaciones de ‘pacientes de ingreso indefinido’?
-No. Creo que no. Además, tengo un par de asuntos pendientes en el trabajo. Pero seguiremos en contacto. Serás el padrino de mi hijo, no lo olvides.
-No lo haré.
-Una última cosa. ¿Es posible conseguir el número de su hermosa secretaria?
-Aléjese de Maggie, Señor Munny.


Chris Wilton

Estúpido Munny. No se da cuenta de la importancia de lo que hemos conseguido. Mantendrá la boca cerrada. Aún tiene miedo.

-Maggie, dígale al Señor Valens que pase.

La puerta se abre y veo a otro idiota. Otro criminal novato. Suerte que no tengo escrúpulos ni conciencia... sería capaz de llegar a darme asco.

-Creo que tiene usted un problema, Señor Valens.
-Scott, Señor Wilton. Pero puede llamarme Scotty. Creo que tiene usted una solución.
-Inteligencia artificial, Scotty. Nosotros construimos a tu culpable. Monitorizamos su mente y la controlamos. Nos das una historia, nosotros la digitalizamos, como en esas películas de Pixar, y la convertimos en sus recuerdos. La activamos con pastillas cargadas de nanorobots que desbloquean dicha información de su computerizado cerebro cuando nos conviene.
-¿Y si aún no conviene?
-Lo retenemos ingresado en el hospital. Lo apagamos introduciendo refrigerante en sus circuitos. El día que le damos el alta le hacemos comer una pasta gris cargada de antioxidante.
-¿Y qué pasa después?
-Ello va a la cárcel y tú nos pagas. Entonces, le ordenamos que se suicide. El forense de la cárcel es médico de este hospital. Asunto resuelto. ¿No te parece algo maravilloso?
-¿Le vale si le digo que no me parece algo horrible?
-Scotty... No tienes escrúpulos ni conciencia.
-Suerte... si no, sería capaz de llegar a darme asco.

sábado, 6 de diciembre de 2008

UN VIAJE ALUCINANTE, NO TRIPULADO


El submarino de la película ‘Viaje alucinante’ es reducido, junto con su tripulación, al tamaño de una bacteria, antes de ser inyectado en el torrente sanguínea del sistema arterial de un ser humano.

La minúscula tripulación tiene la misión de destruir un coágulo, inoperable en un quirófano, localizado en el cerebro de un importante científico.

Hasta aquí la ficción.

Dejando al margen los notables efectos visuales de la película y las aventuras vividas por los minúsculos micronautas, muchos son los problemas que hacen inviable un viaje de estas características: desde la imposibilidad de reducir la nave a dicho tamaño, hasta el hecho de que a esa escala toman gran relevancia las fuerzas de cohesión entre partículas, pasando por la gran viscosidad que presentaría el plasma sanguíneo frente al movimiento del submarino.

Parece una muy complicada misión; sin embargo, ahora llega la ciencia.

Un grupo de investigación de la Universidad de Oviedo, dirigido por el catedrático D. José María Alameda, está desarrollando, dentro del marco de programas de colaboración con otras universidades del mundo, un sistema operativo para nanobots: inteligencia para esos pequeños bichitos.

Entonces... retomando la idea del relato de Asimov, si se pudiese introducir el robot en el cuerpo humano y dirigirlo desde fuera por control remoto (o directamente programarle una serie de instrucciones antes de enviarlo a realizar su cometido), podríamos hacer que los nanobots detectasen las trazas del anormal metabolismo de una célula cancerígena, se solapasen a ella y la destruyese.

Pero además, en el futuro de la medicina podrían verse nanobots que actuasen como bombas de insulina en personas diabéticas, anticuerpos víricos, etc...

Este me parece un claro ejemplo de cómo, a veces, la ciencia ficción impulsa a la propia ciencia a probar y extender sus límites.